En la mayoría de los casos nos obcecamos por intentar mantener una coherencia entre nuestro pasado y las conclusiones a las que hemos llegado en el presente que vivimos. Pero si hemos de ser honestos, son muchas la ocasiones en las que las decisiones que hemos tomado son basadas en la aleatoriedad de los acontecimientos, más que a premisas basadas en nuestros valores más profundos. Es cierto que la dinámica de nuestra personalidad marca un patrón de conductas que podría definirse como constante, pero no podemos achacar cada punto del recorrido a las directrices marcadas por nuestra voluntad. Somos en definitiva lo más parecido a un corcho flotando expuesto en una tormenta, más que un roble recio que se levanta impertérrito ante un clima que pretende vencerlo. La imagen, por mucho que nos seduzca, no se acerca en cualquier caso, ni siquiera a la primera de ellas.
Juan Pedro Glez. Hdez.