Es difícil cuando le preguntas a alguien si puede hacer una diferencia clara entre lo que es la necesidad de vivir, el instinto de supervivencia, con la aspiración a estar vivo y hacer de tu vida un ejemplo del que sentirte orgulloso mientras formas parte de este mundo. Dejar también un legado para los demás es una forma altruista de vivir que nos permite al mismo tiempo identificar un sentido mucho más espiritual y más grande de lo que puede albergar el propio egoísmo o la aspiración a ser reconocido por los demás. No debemos lamentar por tanto que apreciemos nuestra vida y que intentemos protegerla, dándole el valor que tiene, qué es exactamente el de un milagro, un regalo entregado por Dios para todos los que formamos parte de esta realidad, sin distinción alguna, pero con una vida completamente diferente que nos hace especiales a cada uno de nosotros. De ahí que debamos cuidar cada expresión de la vida, pues en todas ellas surge la propia divinidad que nos dio origen.
Amar la vida es amarnos a nosotros mismos, pero también es alcanzar un grado de conciencia que nos permite desvincularnos de todo aquello que es material, haciendo que podamos darle la importancia a lo que nos define como seres humanos, evitando que nos volvamos esclavos de esa propia vida que se presenta en su contexto más mundano, dándonos la oportunidad de experimentar la existencia sin miedo y con todos los sentidos abiertos a las posibilidades que nos ofrece el mundo.
Tenemos que aprender a valorar y disfrutar de la vida sin necesidad de encerrarla en una urna por miedo a perderla. Todo lo que existe en esta realidad es transitorio, así que aceptemos lo que somos para poder llegar a ser lo que realmente está escrito en nuestro destino.