La posibilidad de morir es algo a lo que tendríamos que enfrentarnos todos desde el primer momento que nos despertamos pero sin embargo es una realidad que intentamos siempre evadir de nuestra mente como si fuera una idea que lejos de ser irreversible pudiéramos negar para hacerla realidad. Lo lógico es entender que esto nos llevaría a una situación de conflicto dónde nuestra percepción de los acontecimientos se vería abocada al fracaso al no ser consciente de uno de los factores clave de la vida, sin embargo parece suceder todo lo contrario, pues en los diferentes aspectos en los que nos movemos en sociedad parece que el limitar el concepto de la muerte al breve espacio de tiempo dentro de nuestra vida cotidiana es suficiente para limitar ese proceso destructivo de la propia psique que nos llevaría a un colapso nervioso y social. La única verdad de todo esto es que está propia negación de nuestra existencia como seres finitos nos está llevando a un estilo de vida y pensamiento que nos impide disfrutar o al menos entender en su contexto total el sentido primordial de nuestra existencia.
Todo lo que somos y por tanto aquello a lo que dirigimos nuestros esfuerzos tiene un tiempo de obsolescencia que debemos tener siempre en mente para poder acometer las acciones diarias bajo esa premisa. Ignorar que todo es efímero no hace que las cosas sean eternas sino que nuestra percepción de los hechos hace que vivamos como si lo fueran. Las relaciones sociales, el amor, la familia o todo aquello que nos motiva a seguir adelante en el día a día evitándonos el tedio de un tiempo de espera, no es más que la forma que tiene el universo de compensar tanto la pérdida de aquello que deseamos, como evitar el suplicio de vivir en un constante sufrimiento del que no pudiéramos escapar. De ahí que planteemos el hecho que el concepto de tiempo no es más que el subterfugio que comenzó a nivel antropológico en el ser humano para medir unos intervalos de tiempo entre un acontecimiento u otro, hasta llevarnos a mediciones mucho más complejas y densas que han formado teorías tan peregrinas como la de la relatividad o la física cuántica.
Es tan peligroso hacer un análisis simplista del mundo que nos rodea como el obsesionarse por cuestiónes mucho más complejas que nos llevan a perdernos en los diferentes aspectos mundanos de la vida pero que son en definitiva la clave de la vida. Morir no es simplemente una transición de un modo de conciencia, o la capacidad que tiene el alma de intercambiar diferentes planos de conciencia lejos de la materia, si no es una necesidad básica que forma parte del mundo tridimensional en el que compartimos este plano de existencia y del cual necesita esa muerte para mantener un orden dentro de unos espacios de materia que nos parecen a priori caóticos al no tener comprensión de toda la composición subatómica a la que hacemos referencia con una teoría del caos.