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Para los que defienden la censura


Entender que en ciertos momentos de una guerra puede ser más peligroso el fuego amigo, que aquellos a los que combates, es un arma más poderosa que incluso el arsenal nuclear del que puedas disponer. Lo cierto es que en muchos casos, son tus propios compañeros los que dinamitarán tus barricadas, bajo la premisa de un supuesto apoyo logístico, que no deja de ser más que una estrategia para debilitar tu estado de ánimo, junto a las posibilidades de vencer al enemigo.
Los espías, junto a los agentes dobles, han sido desde el primer momento que se desarrollaron las primeras estrategias de guerra, un arma para influir negativamente en el opositor. De ahí que según hayan avanzado los siglos, las guerras frías han sido cada vez más habituales entre países en conflicto. Incluso se ha dado el caso de este tipo de luchas dentro de un mismo territorio, a modo de guerras civiles, con la intención de derrocar gobiernos o instaurar nuevos regímenes que puedan ser más sabrosos para intereses espurios y económicos. Entendemos por tanto que los servicios de inteligencia juegan en este orden una labor fundamental para procurar un relativo equilibrio en todas aquellas naciones que pretenden mantenerse a flote en un mundo más que globalizado, donde ya todos nos encontramos en el mismo lado de la balanza, generando que si a un poder le va mal, repercuta en el resto prácticamente del mismo modo. Globalismo y globalización son solo los mismos conceptos, diluidos en eufemismos, para calmar las mentes calenturientas con ínfulas patrióticas, que no son capaces de asumir una realidad, por mucho que nos pueda parecer desagradable.



Todo esto nos lleva a comprender el por que de mantener un relativo control de la información. Pues es ese mismo conocimiento el que permite obtener de primera mano las intenciones de una marea humana, que no deja de ser ampliamente manipulable por unos medios, que sin ser coercitivos, alimentan indiscutiblemente unas emociones que llevan a desarrollar en muchos aspectos, estallidos sociales, aceptaciones en masa o descontentos multitudinarios, que pueden dar ventaja a quien necesite de ese estado de ánimo, para manipular un gobierno, las finanzas de un territorio o la búsqueda de pingües beneficios a corto o medio plazo.
Lo que abarca la censura en si mismo, no es exclusivamente la intención por parte de un gobierno en perpetuarse en el poder. Pues lógico es entender que la información, por muy dañina que pueda ser para un tipo de política o régimen, no lo es tanto como la propia realidad que sufren aquellos a los que se quiere mantener en la ignorancia. Es absurdo pensar que un dictador, por muy inhumano que nos parezca, carezca del mismo modo de capacidades intelectuales como para comprender que esa misma sociedad está avocada al fracaso desde el primer momento que pierde la esperanza en desarrollar un modo de vida o que ve limitada sus posibilidades de alcanzar la felicidad.
La censura en todo caso, lo que pretende es tratar a un pueblo como una sociedad infantilizada, que a ojos del Estado, no se encuentra preparada para tener una capacidad crítica que les permita tener una visión periférica en su conjunto, y que no sea altamente influenciable por unos medios masivos, que pueden de un modo u otro desestabilizar un sistema que suele estar más que fracturado cuando se producen situaciones como la indicada.
No pretendo, ni mucho menos, justificar cualquier medida de censura que limite las capacidades de un ser humano para expresarse y tener acceso a cualquier información. Pero también es de recibo advertir que en momentos como los actuales, es más que evidente que el grado de capacidad crítica de la población, a bajado a cotas más que sorprendentes, donde las personas se dejan influir bajo aparentes criterios peregrinos, que nos han llevado a esta grave situación en la que nos encontramos. Si algo es cierto, es que la culpa de todo esto, no es tanto de aquellos que nos han llevado hasta el abismo, sino de todos los que sin la más mínima oposición, han ido voluntariamente hasta el lugar en el que nos encontramos.

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