El síndrome de Estocolmo es un proceso cognitivo que se produce durante un secuestro prolongado, en el que la víctima acaba creando un vínculo con el secuestrador, produciendo una auténtica dependencia que llega incluso a justificar los años de privación de libertad, defendiendo a los captores y los abusos producidos durante dichos secuestros. Esto nos puede dar una idea aproximada de como un ser humano es capaz de negar a través de la disonancia cognitiva, la realidad que se le muestra de una forma prístina. Y que negará cualquier posibilidad de asimilar que su vida ha sido el fruto de un abuso constante de sus derechos naturales, dejando en manos de un grupo despótico de individuos, toda posibilidad de decidir en forma autónoma cualquier proyecto personal de vida. Se dan en estos casos, situaciones en las que las personas luchan incluso contra aquellos que desean liberarlos, negándose a adoptar una postura que pueda sacarlos de ese supuesto espacio seguro del que dependen para su supervivencia, si siguen las reglas marcadas que les fueron impuestas. Una literal agorafobia que les produce un rechazo a los espacios abiertos y sin limitaciones, que son la base de la vida y la libertad.
No evidente que ante trastornos de este tipo, se debe inducir a las víctimas a enfrentar un proceso terapéutico que les permita volver a encontrar el equilibrio perdido, junto a una visión real de su entorno, la cual le fue distorsionada bajo una constante perturbación de su conciencia con los malos tratos y la perturbación total de sus derechos más básicos, como son el de la vida, la libertad de movimientos, expresión o búsqueda de la felicidad.
Se barajan todo tipo de hipótesis, más o menos válidas, algunas de ellas bastante peregrinas, pero que en suma nos llevan siempre al mismo dilema, en el cual la versión oficial colapsa desde el primer minuto de la crisis. Es por tanto que debemos estar abiertos a mirar más allá de las motivaciones, para adelantarnos a las consecuencias de dicha situación. Pues en todo caso, la lectura obligatoria que no se está haciendo sino de forma indirecta, nos lleva a proclamar que las consecuencias económicas van a ser mucho más devastadoras que aquellas exclusivamente sanitarias.
Tampoco se nos debe escapar que todo este ciclo económico en el que estamos inmersos, el cual ya daba síntomas de colapso, era un hecho consumado mucho antes de vernos envueltos en esta caótica situación. Lo cual, aunque era un secreto a voces, la mayoría de la población del planeta ignoraba por pura desidia, en una actitud de avestruz, que ante un peligro, esconde la cabeza bajo tierra. De este modo, todos aquellos que de un modo directo, tenían la capacidad para elaborar un plan que dinamitara este sistema agonizante, se encontraban con un problema aún peor, que es el de una sociedad que se encuentra en negación absoluta que los hechos a los que se enfrenta, y que mantiene una actitud de inmovilismo bajo el yugo de unas estructuras obsoletas que amenazan con derrumbarse en muy poco tiempo.
La pregunta que surge ante tamaña tesitura es la de elegir, ya no solo el modelo para el futuro, que se encuentra en la actualidad en proceso de desarrollo, donde un sistema cuántico, basado en un modelo descentralizado con un patrón digital que es soportado por el bitcoin, la moneda digital por antonomasia. Sino que también se debe migrar de forma paulatina a un sistema financiero que ya no necesita de las innumerables duplicaciones de gestión humana, lo cual afectará inevitablemente al modo de vida de todos los ciudadanos del planeta. Lo que nos lleva a un abismo prácticamente de libertad absoluta, pero que pocas personas pueden apreciar. Y el fin de un modo de vida en el que una gran mayoría de los mortales no desea escapar, como aquellos cautivos afectados por el síndrome de Estocolmo, los cuales no se plantean otra forma de vida que no sea aquella para la que fueron programados.
Sin duda, estamos ante la demolición de los muros de una prisión en la que hemos nacido. Y que nos guste o no, han decidido destruir ante nuestra negativa a salir por la puerta. Está siendo una técnica enormemente agresiva, pero indiscutiblemente efectiva.