Es mucho el tiempo que he dedicado a no hacer nada, mirando hacia otro lado con la burda ilusión de que eso era exactamente lo que debía hacer. Nunca me interesó lo más mínimo el sufrimiento humano, aunque jugaba orquestadamente a la falsa ilusión de que si era un hombre comprometido, el cual se podía jactar de tener ideales. Incluso en algunos aspectos me he sentido un rebelde social que iba siempre a la contra de lo establecido. Pero lo cierto es que se puede ser un disidente siempre y cuando te mantengas con la cabeza gacha y metido en el redil.
Los únicos aspectos que se pueden destacar de mi personalidad en el pasado es cierta ambivalencia a la hora de dejarme embaucar por lo establecido. Lo cual es en la actualidad un beneficio que me permite dilucidar y experimentar el mundo fuera de los márgenes que están preestablecidos para mi generación. Lo cual no me hace mejor, pero si me da una ventaja añadida para desde esta etapa, poder asimilar de un modo más crítico, toda la información que me está llegando a borbotones. Lo cual no podría asumir del mismo modo, de tener sobre mis espaldas las obligaciones establecidas de unos hechos transitorios que ahora me parecerían más un lastre que una bendición.
Es inevitable, por tanto, entender que mi planteamiento parte de un desconocimiento que aunque podría diluir mi responsabilidad de los hechos, un compromiso superior me obliga a mirar de frente en estos momentos.
La situación política y social a la que se enfrenta el planeta en estos momentos ante el enemigo del comunismo no es un ente desconocido que ha llegado de forma espontánea a nuestras vidas. Pues este mal lo llevan sufriendo millones de personas a lo largo de la historia durante los últimos dos siglos. También es cierto que en ciertas épocas de la historia, su naturaleza virulenta parecía atenuarse, destacando la etapa posterior a la segunda mitad del siglo XX con la finalización de la segunda guerra mundial. Y que luego pareció perecer de forma casi total durante la caída de la Unión Soviética con el derrumbamiento del muro de Berlín en 1991, que dio carpetazo a la Guerra Fría, el cual tuvo su momento culmen con la devolución de Hong Kong a la China Comunista en 1997, con la promesa de la expansión del capitalismo, que albergaba la idea de que con sus beneficios, extirparía de raíz el mal del PCCH y el comunismo en todo el mundo.
Lo cierto es que la mentalidad conciliadora y piadosa europea influenciada por el cristianismo, nos volvió a jugar una mala pasada, al no aprovechar aquel momento de debilidad para cercenar de una vez por todas el mal de nuestro mundo. Dejando la cabeza de la serpiente más viva que nunca en China, junto a su bastión en Cuba, que pronto supo buscar como una rémora el alimento introduciéndose con su falsa ideología en las mentes de los venezolanos. Lo que produjo una metástasis que ahora parece imposible extirpar de toda hispanoamérica.
Pequeños bastiones quedan a día de hoy aislados de la influencia del marxismo cultural. Pues su mensaje se ha colado en universidades, medios de comunicación, los sectores de las artes y el entretenimiento, incluso en los laboratorios, que ávidos de financiaciones y popularidad, han firmado un pacto de no agresión que nos está saliendo muy caro a los que ahora nos definimos como disidentes.
Es cierto que todo puede parecer perdido en una etapa de la historia que se nos antoja obscura y llena de incertidumbres. Pero esta es una guerra que casi se nos puede antojar profética, la cual se nos lleva relatando desde el principio de los tiempos. Y que está siendo protagonizada por una serie de lideres y anónimos, que han encontrado en estos momentos de tribulación, el espíritu y la fuerza para dar batalla a un mal, que aunque pueda ser identificado con nombres y apellidos, siempre ha residido en el interior de los corazones de todos los hombres. Esta es sin duda la última y definitiva Guerra Espiritual del hombre.