Existen muchas razones para mantenerse despierto ante la mesa de escritorio. Los que hemos sido aves nocturnas toda nuestra vida no necesitamos excusas para mantenernos lejos de la cama incluso durante varios días. Lo que es cierto, es que esos motivos van cambiando con los años, aunque en algunos aspectos estén basados en unos hechos que no han variado tanto, si llegamos a ser honestos con nosotros mismos. Toda una vida la he dedicado a buscar, empeñado en mantenerme en una carrera contra reloj, en un mundo que pocas veces comparto aunque por desgracia entiendo con demasiada frecuencia.
He tratado durante todo este tiempo en buscar una razón que me permitiera aterrizar en un mundo que me permitió nacer, pero no he podido percibir como propio, hasta el punto de sentirme más cerca de un fantasma, que de mi propia naturaleza. Lo cierto es que toda esa búsqueda me llevó constantemente a recurrir a no pocos remedios, entre los que se despliegan toda una serie de excentricidades, como las drogas, las experiencias de todo tipo, las cuales no son todas necesariamente dichosas y bien recordadas. Pero si existe una constante en todas mis noches de retiro a lo largo de mi vida. Y ha sido mi frenético abrazo al arte en sus múltiples facetas. Y ahí podemos englobar casi cualquier rama artística que se precie, pero que siempre han mantenido dos ejes en común. La odisea del alma y mi entrega a las letras.
Siempre tuve ese afán por lo escrito, que me llevo a perturbar horas de sueño, entregado a la lectura, garabateando en interludios entre hojas en blanco, para así plasmar las ideas que atacan mi mente con cada segundo que se pierde en el tiempo nocturno. Al final el proceso me llevo del papel y el lápiz, a la máquina de escribir, del ordenador al portátil, para terminar entregado a los blogs hablados y escritos, que no dejan de ser sino una consecuencia de un tiempo pretérito que ahora culmina, o tal vez solo transite a entregarme a nuevos idiomas que me permitan más libertad, o alcanzar un fugaz parpadeo de la luz que se ve ya al final del túnel de mi vida.
Indiscutiblemente tengo aún mucho por descubrir. Lo demuestran las páginas que sigo rellenando cada noche en un impulso que me tiene en vilo ante aquello que creí ver terminar, pero que ahora se desvela como la consecución de esa carrera que comencé sin saber muy bien a donde iba, y por la que sigo en curso. Tal vez con un ritmo más pausado. Con menos prisa por experimentar, y más atento por consolidar conocimientos. Lo cual no me hace más cobarde, sino posiblemente más prudente, parafraseando en mi memoria cierta escena concreta de Marcello Mastroianni.
Desde luego que la edad no perdona, la cual nos vence ha todos. Pero si uno se mantiene el suficiente tiempo en este mundo, se da cuenta que la experiencia te da una serie de herramientas que te hacen entender, que en la vida vence el que llega el último a la meta.