Lo que si hemos de tener en cuenta a la hora de sumergirnos en los libros de historia, es que la cantidad abrumadora de documentos y datos con las que nos enfrentamos, dan lugar de forma lógica a errores que lejos en muchos casos de generar confabulaciones, lo que se intentan es dar claridad bajo un orden cronológico a toda una serie de datos que de forma pormenorizada se ha ido recopilando a lo largo del tiempo, y que no siempre se pueden contrastar in situ en los documentos originales. Lo que lleva irremediablemente a que un simple error caligráfico pueda generar que el trabajo posterior de años acabe invalidado.
Se dice constantemente, y no de forma equivoca a mi entender, que en un proceso mecanizado, el error es siempre de carácter humano. No podemos ignorar que la carga emocional que conlleva cada trabajo e interpretación de los hechos, está siempre vinculada a una visión humana con los perjuicios que conlleva. Así que no podemos asumir de forma tácita que los acontecimientos en el pasado se han realizado de la forma que leemos en la actualidad. Pero del mismo modo, no podemos de forma excluyente abominar de todo trabajo académico, desprestigiando siglos de trabajo conciso, para abrazar de forma casi mesiánica, los desvaríos de una serie de iluminados que pretenden en sólo unas horas, hacerse expertos categóricos de una ciencia que para nada pretende ser inflexible, como algunos pretenden plantearla desde su ignorancia, creando de esta forma un recelo en todo aquel que sienta curiosidad por conocer su pasado, enfocando la búsqueda de las fuentes en las que saciar su sed en aquellas disciplinas que justifican su trabajo en un criterio consolidado en la experiencia y el estudio. Sino que acaban buscando esas respuestas en blogs de conspiraciones, vídeos de contenidos poco más o menos que dudoso, junto a la promesa de una sabiduría superior bajo el manto de una fe verdadera.
Desde luego que si existe una serie de acontecimientos recurrentes, son la de los falsos profetas.