Cualquiera
que esté dispuesto a enfrentarse al estudio de nuestro pasado, debe
asumir que ha de entregarse a ello con la humildad que solo se puede
dar para obtener una visión sincera de aquello que vamos a
encontrar. Todo aquel que se embarque en este tipo de viaje con la
intención de confirmar en ella sus sospechas, corre el riesgo de
acabar siendo victima de sus propias expectativas en el mejor de los
casos, o terminar derrotado ante las abrumadoras dudas que le
surgirán ante la panoplia de evidencias que aparecen como resquicios
de unos vestigios que se niegan a desaparecer, por mucho que el
trabajo de unos ilustres expertos hayan dedicado durante siglos en
ocultar por intereses espurios, desidia, pereza o
simple cobardía,
antes de reconocer que la historia oficial es unicamente una versión
barnizada de la realidad, que como capas amontonadas y multiplexadas
en continuas y vetustas realidades, acabaron haciendo que los libros
sean a día de hoy más trampas que escalones que nos permitan una
visión real, si eso es algo posible en la actualidad en ciertos
momentos de la historia.
Desde
luego que, aún quedan vestigios que se exponen de forma solapada al
buscador, si estamos a dispuestos a escarbar entre los viejos
archivos que han que han sobrevivido a la criba el expolio o la
censura, al igual que de forma exponencial, se apilan en las
estanterías polvorientas los tomos de estudiosos honestos, que
sabiendo hacer su trabajo desde el silencio y el anonimato, han
preferido pasar desapercibidos ante un sector académico que ha
preferido la seguridad del silencio, antes que arriesgar sus carreras
con unas divulgaciones comprometidas, que confrontan o plantean una
versión alternativa a todo aquello que hasta ahora y en la
actualidad se ha convertido en dogma de fe.
Desde
el momento que se perdió el amor al conocimiento, en detrimento de
unos estipendios más que desorbitados en pocos casos, y mucho más
que limosneros en la gran mayoría de ellos. Se asumió con esa
actitud desvirtuada que la realidad puede ser prostituida a sabiendas
de que los intereses no son nunca por un bien altruista. Aunque
algunos pretendan justificar tal tipo de tropelías, bajo la premisa
de que cierto tipo de licencias jurídicas e históricas, son y deben
ser asumidas para la protección de un bien común que está muy por
encima de la verdad.
Es
innegable que aquel que se arroba bajo la bandera del bien de la
sociedad, está condenando a quienes protege a cometer los mismo
errores de un pasado del que se nos ha robado la memoria y la
herencia de unas experiencias que son el legado de la humanidad, no
exclusivamente de unos pocos.