Pasamos toda nuestra vida
agarrados al pasado, como si la existencia dependiera exclusivamente
de recordar cada instante para no disolvernos en el tiempo. Desde
luego que la sensación de estar vivo depende del sentimiento de
continuidad que nos produce el ser conscientes de un tiempo lineal,
lo cual nos remite indefectiblemente a formar una cadena coherente de
sucesos que mantienen un propósito y al final un objetivo, llamase
en ciertos casos Destino.
La ciencia no es capaz de
demostrar si todo aquello que recordamos tiene la mayor validez que
los simples sueños que experimentamos
a lo largo de la fase REM de
sueño. Lo que nos lleva a cuestionarnos la proposición inversa de
plantear si los sueños son posiblemente otro plano de realidad que
nos permite experimentar unas dimensiones o mundos paralelos e
incluso adyacentes al estado de vigilia.
Sin duda, la capacidad para
experimentar ese tipo de universos oníricos no son exclusivamente
una inquietud que naciera de la mano del psicoanálisis, aunque es de
recibo añadir que solo a partir de principios del siglo XX, fue
posible un protocolo científico que se planteara el análisis y
desarrollo de hipótesis que llevaron a visionarios como Carl Jung a
plantear la idea de una conexión directa entre la mente y otro tipo
de realidades paralelas. Por supuesto que no fueron los primeros ni
los únicos que habían desarrollados técnicas que permitieran al
ser humano ampliar sus capacidades cognitivas. Antes que ellos, ya
formaban parte de las comunidades y sociedades los chamanes y brujos
que servían de guías o vínculos para conectarse con un más allá.
Y anterior a ellos somos conscientes que civilizaciones anteriores y
más avanzadas a nosotros en ciertos aspectos, eran poseedoras de un
conocimiento que siempre ha tenido un eje en común, el ser un saber
solo permitido a los iniciados.
Por tanto, el plantearnos a día
de hoy que la realidad es dependiente de un plano exclusivamente
limitado a nuestros sentidos primarios es ir a contra de la propia
ciencia actual, donde la física y las matemáticas nos han
demostrado que existen universos a nivel cuántico que se asemejan a
poco que deseemos hacer un mínimo esfuerzo con las visiones de estos
chamanes y sacerdotes bajo el efecto de diferentes drogas y rituales
ancestrales.
Esto nos lleva de nuevo a la
pregunta de si podemos fiarnos de nuestros sentidos y por tanto de
los recuerdos que ahí almacenamos. O si es posible que seamos solo
posibles receptores a modo de antenas de una memoria infinita que
comparte de forma exponencial la información, la cual debemos
asimilar y procesar bajo un libre albedrío, que se nos antoja
siempre limitado por las circunstancias y los hechos que nos
acompañan.
Sin duda, no podemos llegar más
allá de los que las limitaciones obvias nos permite nuestra propia
naturaleza. Las leyes físicas son muy concretas a la hora de definir
los parámetros en los que nos encontramos. Así que la pregunta
última que debemos hacernos es si la conciencia se amplia en las
circunstancias o casos en los que nos liberamos de la carga física
que limita nuestras facultades, dígase a través del sueño, los
estados alterados de consciencia a través de la meditación, las
drogas o la exposición a cierto tipo de frecuencias y ondas. O
debemos limitarnos a lo que la racionalidad y los sentidos nos
expongan como la realidad, ignorando todas aquellas pruebas palpables
que sirven para la ciencia pero que nos obcecamos en ignorar en
nuestro día a día.