Una
de los beneficios a nivel personal de viajar constantemente es la
sensación de anonimato que sientes en todo momento. De ahí que
cuando me encuentro en lugares conocidos, o tengo que volver por
alguna razón a mi hogar, el perder esa sensación de invisibilidad
me produce un pudor extraño, como si me sintiera desnudo en la vía
pública.
Puede
parecer una contradicción el que publique en redes sociales
mi arte,
pues en definitiva es una parte de importante de mi alma, la que
expongo a los demás. Pero cada palabra que comparto, cada aliento
que queda flotando en esta nube de información, ha sido creada
expreso para ello. Así que, la idea de tener que compartir todo lo
que queda fuera de ese círculo, forma parte de una privacidad, de un
mundo en el que ya a pocos permito entrar. No por amor a la soledad,
que en parte también la tengo. Sino por una incomprensión al darme
cuenta que no hay en realidad muchas personas con una visión
parecida a la mía. Aunque no quiero que se me malinterprete, pues no
me siento mejor o superior a nadie, pero si que tengo la certeza de
no compartir la misma visión de la vida que la gran mayoría.
Tengo
muchas reglas en mi vida, a las cuales procuro someterme por pura
cautela y máxima comprensión, al entender que estas mismas han sido
creadas por mi después de haber vivido experiencias que me han
llevado a ellas. Una de estas normas es la de no pretender convencer
a nadie sobre mi opinión ante las cosas. Esto no implica que no este
dispuesto en todo momento a dejarme convencer por aquellos que opinen
diferente. Es en definitiva, la mejor fórmula para adquirir
conocimientos sin perder energía en el intercambio. Me gustan los
debates, pues en ellos se hace útil todo aquello que aprendemos, del
mismo modo que adquirimos soltura y capacidad de resolución ante los
temas. Pero de ahí a vivir predicando existe un enorme trecho. De
ahí que la pereza ante encuentros fortuitos me hagan en más de una
ocasión seguir mi camino, con un simple gesto o una sonrisa.
Soy
posiblemente un hombre lleno de contradicciones, al poco que se me
analice de forma superficial. Pero la sorpresa llega al descubrir,
como cuando uno se adentra en el estudio de la historia de la
economía, que fuera de todo pronóstico, el mercado funciona sin
necesidad de imponer un orden desde el exterior. Mi alma y mi corazón
son el ejemplo claro de que aquello que se vive día a día, no
necesita de un guión para hacerlo.