Soy
de esas personas que pueden decir abiertamente que han cumplido
posiblemente todos sus sueños. Es cierto que me quedan algunos
caprichos por cumplir, incluso soy consciente de la posibilidad de ir
descubriendo nuevas metas a las que dirigir mis esfuerzos, aunque no
sabría decir si se trata de un mero ejercicio mental para no
aburrirme en lo que queda de vida, o es que se trata de una constante
búsqueda en la que podemos sentirnos como Ulises en su odisea.
Sin
pretender hacer de esto una tragedia griega, haciendo un juego de
palabras tras la mención anterior. Si es cierto que se abre una
perspectiva diferente de la vida, cuando hemos dedicado gran parte
de
nuestro esfuerzo en hacer realidad aquellas metas que de un modo u
otro, dígase por motivación personal, o por simple exposición
ambiental. El hecho es que al llegar a satisfacer buena parte de esos
deseos míticos, el sabor meloso que pueda dejar en un principio,
acaba dejando al paladar cierto gusto seco e incluso amargo. No
olvidemos que las prioridades de la vida, que nos parecen tan
necesaria al principio, pueden llegar a ser meros artificios que
acaban en el fondo de un cajón.
Por
supuesto que, la lucha y las vicisitudes superadas a lo largo del
proceso, son las medallas y las esquirlas que nos deja la experiencia
de vivir en este mundo. Pero entender que después de años y un largo
camino recorrido, nos vemos ante un callejón sin salida, en el mejor
de los casos. O con consecuencias que ya formaran parte de nosotros
por el resto de nuestras vidas, es en si mismo un detonante que
debería hacernos meditar sobre todo aquello a lo que dedicamos
tiempo y esfuerzo. Pues como dice la sabiduría popular "se han
vertido más lagrimas por los deseos realizados, que por aquellos que
jamás logramos".
Es
por eso que al repasar de vez en cuando las anécdotas de mi pasado,
en ocasiones un ligero escalofrío me recorre la espalda. Ahora es
fácil para mi ver todas aquellas alarmas encendidas que me avisaban
de los supuestos peligros, pero si mi voluntad no siempre ha sido a
prueba de bombas, allí estaba para suplirla, una enorme tozudez, que
me ha mantenido en más de una ocasión caminando en el filo del
abismo. Y mis precipicios en ciertos momentos han sido realmente
profundos.
Lo
que si es cierto, es que tengo pocas cosas de las que arrepentirme.
Eso no implica que no tenga razones para avergonzarme de algunos
gestos. No soy un hombre perfecto, ni tampoco lo pretendo. Tampoco
soy de los que suelen disculparse, así que cuando lo hago, es con la
plena conciencia de haberme equivocado. Lo que si es cierto, es que
opino que en la vida tenemos cierto destino marcado. Y entre ese
punto y el otro, disfrutamos de cierto libre albedrío que nos
permite hacer y deshacer a nuestro antojo. Un tiempo limitado, eso es
seguro. Pero mientras estemos aquí, mejor dediquemos esta
experiencia a construir, porque para destruir y esta el tiempo y el
olvido.