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La trampa del individualismo

Ni la abundancia, ni las diversiones nos satisfacen verdaderamente, pues aunque nos enganchemos a la ficción permanente, navegando de forma constante por las redes sociales alimentando nuestro ego con la validación inmediata en una foto o comentario chispeante, al final todo tiende a convertirse en un mercadillo de baratijas de acaban siendo más un estorbo y un obstáculo para movernos con libertad, más que unas herramientas útiles con las que desplazarnos en la vida.
El ser humano actual padece un retraimiento de sus capacidades espirituales y su pasión por la libertad. Se ha empapado de una suerte de eslóganes, fragmentos de realidad envasada y emociones servidas en horarios comerciales, que lo han convertido en un individuo de pobreza intelectual, embruteciéndolo hasta convertirlo en casi un animal de zoológico, adaptado tristemente a unas reglas
antinaturales que aparentan serlo. No obstante, como todo ser vivo, dentro de su embotamiento, existe un alma en el individuo que reclama ser libre, donde su estado más primitivo y auténtico se rebela para volver a encontrar esa capacidad de espontaneidad que nos aterra, pero que no puede ser imitada por ninguna realidad virtual, pues la vida es el único elemento que ni la ciencia, la tecnología, la religión, el entretenimiento o cualquier invento del ser humano a conseguido replicar. Podremos manipular, imitar e incluso crear nuevas formas de vida, pero a nivel biológico siempre dependeremos de uno o varios elementos vivos, como células u óvulos, los cuales nos devuelven a un proceso natural y real que no podemos ignorar.
Este consumismo voraz es sin duda un milagro miserable que nos embrutece, haciendo que nos alejemos de todo lo que somos realmente. Inevitablemente, volvemos a caer en los brazos del mercadillo de baratijas constantemente, en un amor odio, que nos embruja y nos pervierte, el cual rechazamos pero no podemos ignorar. Renunciar a todos los avances, al progreso realizado por generaciones dotándonos de unas herramientas que estamos demostrando no saber utilizar, no invalida la capacidad de aquello que es, sino que evidencia el como la tecnología sigue rocambolescamente por delante de sus propios creadores. Tal vez aún faltan dos o tres generaciones de seres humanos para poder alcanzar el nivel necesario para explotar completamente el milagro que se ha otorgado a la humanidad desde el descubrimiento del fuego. El milagro de internet a dado al hombre la facultad para tener acceso a toda la sabiduría de la historia con un simple gesto, pero nuestra ineptitud ante tamaño regalo sigue siendo como la de un niño con un cuchillo en sus manos. La posibilidad de que se haga daño es mayor a que realice algo productivo con él.
Este individualismo tan infantil en el que estamos inmersos, pretende desde su punto de vista tener todas las respuestas negando incluso el más mínimo esfuerzo, pues la lógica narcisista le indica que todo aquello que tenga relación directa con su identidad, no es importante. La despreocupación ante cualquier tipo de mejora, perfeccionamiento o aprendizaje que supere el mínimo esfuerzo no vale la pena, ya que el deseo es el único sentimiento importante en una sociedad en la que se debe rendir pleitesía al individualismo mal entendido que tiene como origen del mundo a su ombligo.
Mientras que la libertad siempre ha sido la facultad de liberarse de los determinismos, el sujeto en la actualidad trata de fundirse al máximo con ellos, dando rienda suelta a todos sus apetitos, deseos, caprichos y emociones, para así dejar de buscarse a uno mismo, consiguiendo perderse en la banalidad del ego, afirmándose como modelo absoluto que lo exime de cualquier deber o imperativo. Se propaga al mismo tiempo un concepto disminuido del individuo que toma la degeneración como modelo de salud, donde la normalización de todo aquello abominable y grosero está embruteciendo una moral que sólo es el reflejo de una ética en deterioro.

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