La ignorancia no es
principalmente las falta de conocimientos científicos o la carencia
de datos concretos sobre las materias a debatir, sino algo más
directamente relacionado con el funcionamiento del individuo en la
sociedad. La incapacidad para expresar ideas concretas sobre
conocimientos abstractos que
influyen en las relaciones sociales, al
igual que para comprender los mensajes y fórmulas planteadas por
otros, son un bloqueo sistemático que nos impide tener una relación
fluida con nuestro entorno, careciendo por completo de la capacidad
de comprensión recíproca que existe entre derechos y deberes, los
cuales nos permiten vivir en equilibrio sin actitudes autoritarias o
victimistas. Este tipo de mentalidades estultas, con capacidad
consultiva, pero sin posibilidad de entender la importancia de tal
acción, serán opositores a las reformas necesarias que impliquen
cualquier tipo de sacrificio por el bien común, mientras que serán
las perfectas marionetas de los demagogos que con promesas de falsos
paraísos o vendettas revanchistas para aplacar las
frustraciones de los victimistas, tendrán ese apoyo populista que es
tan fácil obtener entre las masas de pensamiento único. El
auténtico enemigo de la libertad social no es el enfrentamiento
entre una mayoría silenciosa contra una minoría disidente y
reivindicativa, sino el predominio general de la ignorancia como
pensamiento gregario.
Durante la década de los años 30, el neurocirujano Wilder Penfield realizó una serie de estudios para determinar hasta que punto la mente estaba situada en el cerebro. A través de la estimulación eléctrica de diversas partes del encéfalo, como por ejemplo las áreas visuales o auditivas, descubrió que el paciente tenía alucinaciones. Y cuando estimulaba un área motriz, el paciente movía una extremidad. Lo curioso del caso es que, las personas al ser interrogadas, eran plenamente conscientes de los estímulos. Y todas afirmaban que aunque las respuestas no eran voluntarias, habían sentido una fuerza exterior que los obligaba a reaccionar así. Wilder Penfield Cuando los estímulos eléctricos se producían en el lóbulo temporal, que es donde se almacenan los recuerdos, los pacientes parecían revivir escenas del pasado, experimentando las sensaciones y pensamientos asociados a ellos. Parece ser con esto que nuestro cerebro se comporta como un disco duro que es capaz de almacenar todas las...
