La cultura es en si misma un producto de nuestra disposición inteligente hacia la creatividad al igual que es la tabla en la que se favorece la capacidad cerebral para elegir e inventar. Somos sin duda el fruto de nuestras propias obras. No somos el simple resultado de una evolución biológica, sino la obra de arte creada por la capacidad práctica de nuestros antepasados. Es por tanto la
libertad no sólo un concepto que nos define como especie, sino también ha contribuido a configurarnos como lo que somos. Y como base principal de este proceso evolutivo se encuentra el lenguaje, que ha sido y sigue siendo la herramienta con la que nos hemos conocido a nosotros mismos, nos ha dado la capacidad de crear sociedades complejas con capacidad para generar conceptos abstractos que han sido la base de la mitología, leyendas, religiones, cultura y simbología, pero también nos ha permitido estudiar nuestro entorno, hacerle preguntas al universo, extrayendo alguna que otra respuesta, soñando e imaginando con alternativas y fantasías que nos han inspirado a ser siempre un poco más libres. Junto a todos los avances técnicos de nuestra civilización, hemos desarrollado también otro tipo de herramientas simbólicas que nos permiten no sólo manipular mejor, sino comprender y aceptar kas capacidades y limitaciones de nuestra condición humana. Este arsenal a nuestra disposición de aptitudes mentales, físicas y sociales, han facilitado íntimamente nuestra compatibilidad con todos los individuos que constantemente inventan, descartan y eligen espontáneamente, creando un todo casi orgánico que se enfrenta en conjunto a su destino ante la muerte a través del tiempo que nos ha tocado vivir.
Es importante recalcar que la palabra libertad tiene su esencia original de la política, no de la ética o la filosofía, con lo que cabe entender que el ser humano sólo fue consciente de ella cuando se encontró en sociedad, buscando no perder en el grupo su carácter individual. Al tratarse por tanto de una cuestión filosófica, el hombre se encuentra ante la necesidad de definir su posición en una carrera que plasmará las normas de organización y distribución de la sociedad, las cuales van a definir su libertad por primera vez con unas normativas tomadas bajo la razón y la lógica para así vivir en convivencia y armonía, para beneficio suyo y del grupo. Por supuesto, no son comparables a los dogmas asumidos sin posibilidad de elección bajo la tutela de una religión al uso.
La libertad, por tanto, no se refiere a lo que queremos hacer, sino a lo que podemos hacer, no trata de las aspiraciones y los obstáculos que se encuentra el libre albedrío, sino de las relaciones entre fuerzas semejantes, las jerarquías, prioridades, la igualdad y nuestra emancipación. Es de recibo añadir que uno de los problemas directos del ser humano y las consecuencias de las sociedades, es la pérdida de libertad siendo esclavo. La propia etimología de la palabra nos recuerda las raíces de su origen, la cual se identifica con la palabra griega eleutheria que se deriva de eleuthein hopos ero que significa ir a donde deseo. No hay duda que el concepto básico de libertad para los griegos era entonces su libertad de movimiento. De ahí comprendemos la gran diferencia que se encontraba entre el libre y el esclavo, el cual no podía disponer de su deseo de ir a donde quisiera. Nos volvemos a encontrar una vez más con la necesidad de existencia a través de su contrario. El denominador común en este caso es la libertad social, donde tienen que existir dos individuos que representan cada uno una condición social. No existe libertad sin un contrario, sin la posibilidad de perder la libertad, no podremos disponer de ella. Pues sólo las personas que se consideren libres en una sociedad, deben de ser dependientes de alguna forma para poder aspirar a su evasión. Definir la libertad es el origen de su propia perdida, pues desde el momento que argumentamos las cualidades de la cosa en si, estamos limitando su concepto original.