El mal gobierno, las instituciones débiles, la corrupción política y el clientelismo existen porque ciertos actores políticos tienen un fuerte interés egoísta en el statu quo. Si desde dentro de la sociedad no se genera la voluntad política de apartarlos del poder, la presión exterior rara vez es suficiente para desalojarlos.
En muchos países en vías de desarrollo está en marcha una auténtica reforma institucional que pasa inadvertida a los observadores extranjeros más informados. Las elecciones federales de México, por ejemplo, solían ser clamorosos pucherazos del Partido Revolucionario Institucional (PRI), que gobernó durante muchos años y en la primera mitad de los noventa tuvo la política mexicana postrada a sus pies. En 1996, sin embargo, México reformó su Instituto Federal Electoral (IFE), que desde entonces ha supervisado las elecciones federales, ha ofrecido educación para el votante y el ciudadano y ha multado a los partidos políticos por quebrantar las reglas de financiación de sus campañas. Actualmente el IFE es una gran organización, con trece mil empleados y sucursales en todas las ciudades y estados de México, y las elecciones federales son al menos tan limpias como sus equivalentes estadounidenses. Todo eso lo consiguieron los propios mexicanos con escasa ayuda de especialistas electorales extranjeros.
En la actualidad, organizaciones en España como Plataforma Elecciones Transparentes han emergido ante las sospechas más que fundadas de un posible pucherazo en las elecciones anteriores. Es de recibo hacer mención que son en la mayoría de los casos los propios ciudadanos quienes realizan estos primeros movimientos ante la inoperante actitud que generalmente les beneficia más que perjudicarles.
Juan Pedro Glez. Hdez.
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