El conocimiento de una materia nos debe hacer comprender que no podemos sentar cátedra sobre un tema, valiéndonos de ese mismo saber para aplicarlo como un escudo ante las opiniones que nos refuten. Aplicar ese tipo de argumentos no solo nos lleva a aislarnos de la realidad, sino que de forma insoslayable nos precipita a una cadena de errores de las que difícilmente seremos capaces de salir, por mucho se nos planteen las dudas razonables hacia las que pretendamos encontrar la verdad.
Existe una clara diferencia entre la búsqueda a través del estudio para descubrir y sorprendernos con la propia naturaleza del universo, a que utilicemos esas mismas técnicas para corroborar nuestras hipótesis, pues en la mayoría de los casos podremos caer en la tentación de ignorar aquellas pruebas que contradicen nuestros estudios, por la simple razón de que buscamos a cualquier precio la victoria en un análisis que debería ser imparcial y objetivo.
La dependencia de factores económicos a la hora de llevar a cabo los estudios en laboratorios o de campo, no son ni mucho menos los únicos inconvenientes a los que se debe enfrentar en la actualidad la ciencia a la hora de diagnosticar las causas, analizando las pruebas sin caer en una presión de carácter ideológico, que cada vez se hace más patente a la hora de mantener una serie de objetivos de investigación, sobre todo en aquellos que contradicen los planteamientos políticamente correctos, que se han extendido por doquier en las aulas de las universidades, presionando tanto a profesores, catedráticos y alumnos por igual. Lo que nos tiene que hacer reflexionar es cuanto de positivo ha sido que los estudios científicos hayan sido prácticamente en su mayoría subvencionados en parte o su totalidad por organismos políticos e ideológicos.
Las administraciones probablemente comenzaron estas prácticas con una intención puramente divulgativa y social, pero lo que no se puede negar en que ciertas tendencias políticas vieron en estás subvenciones, un caballo de Troya en el que extender sus ideologías, corrompiendo lo que debían ser estudios totalmente neutrales, demostrando que pueden ser un fuerte pilar para sustentar sus políticas discriminadoras y nocivas, las cuales han infectado a las universidades como el cáncer en metástasis que llega hasta el hueso del enfermo.
Lo que es importante remarcar en todo esto, es que ya hemos superado la primera fase de identificación del problema, en el que las aulas de colegios y universidades se han convertido en atriles para adoctrinar a las nuevas generaciones, en unos idearios más que sospechosos y curiosamente de inclinación marxista. Probablemente no sea esto un diagnostico al gusto de todos, pues se hace evidente el éxito de este trabajo en la amplia mayoría de las instituciones en todo el mundo. Pero tampoco nos debe hacer tirar por ello la toalla ante unas circunstancias que ya se nos antojan adversas, pues lo cierto es que del mismo modo que es fácil asumir e integrar en las mentes de los jóvenes el discurso comunista, es igual de simple derrumbar como un castillo de naipes los, criterios y falacias en los que se fundan tales conceptos.
La ciencia a lo largo de la historia ha sido disidente y perseguida por su carácter innovador, pues la base de todo descubrimiento ataca los cimientos de las estructuras corruptas, las cuales por su propia naturaleza se niegan a perder sus posiciones de privilegio. Pero no es menos cierto que al final, la verdad y la luz, acaban surgiendo entre unas tinieblas que pierden su poder ante los hechos, que sin pretenden crear doctrina, buscan en definitiva avanzar en la búsqueda de las respuestas a unas preguntas que siempre han acompañado al hombre.