Es ante este discurso lleno de clichés donde se esconde la verdad de un autoritarismo que sabe muy bien esconder sus vergüenzas, donde el genocidio, los campos de concentración, la mano de obra esclava, la persecución y tortura de la disidencia, junto a la consabida pobreza que acompaña constantemente a lo largo de la historia a este régimen, haciendo que como un teatro de baratijas, se muestre como el exitoso país. El cual se expone ante los medios de comunicación, que de forma directa o indirecta a financiado constantemente durante décadas, haciéndolos dependientes en la actualidad de dichas inyecciones económicas, como la droga es para un toxicómano. Asegurando de este modo la colaboración de unos grupos serviles que estarán dispuestos a mantener el discurso propagandístico bajo viento y marea.
El éxito económico del comunismo chino no se basa como erróneamente se plantea constantemente en un capitalismo despiadado, sino en el perfeccionamiento de una maquinaria deshumanizadora que utiliza a sus ciudadanos como piezas de una industrialización, en la que no poseen ni los más mínimos derechos, o unos sueldos tan bajos en los casos más optimistas, que solo les permiten sobrevivir a duras penas. Al mismo tiempo, el gobierno chino está directamente vinculado con la trata de esclavos, la extracción y venta de órganos, tráfico y prostitución infantil, y el control del Triángulo de Oro que gestiona la elaboración y transporte de la droga en todo oriente, y posiblemente en parte de latinoamérica.
De la misma forma, ha desarrollado y perfeccionado la filtración y robo de patentes en tecnología en las universidades de todo el mundo, bajo proyectos como el de Confucio, que son simplemente un caballo de Troya para tener acceso de primera mano a la información y así obtener los favores de prestigiosos laboratorios y revistas científicas con la ayuda de pingües sobornos o extorsiones en los casos menos conocidos. Por supuesto que todo este aparato de corrupción le ha permito a lo largo del tiempo tener directamente asesores y políticos en las administraciones que de una forma voluntaria o bajo presión, se pliegan a las fuerzas del comunismo chino.
Es inevitable que en esta reflexión hagamos una mención explícita a la religión y los valores morales de la sociedad en occidente. A nadie se le escapa que vivimos en un momento histórico de acoso y derribo de las instituciones familiares y éticas que han construido nuestra sociedad. Impulsado desde las mismas universidades que han estado los últimos cincuenta años recibiendo a través de fundaciones las subvenciones de las que ahora dependen, los ideales marxistas han proporcionado un ariete en el que fragmentar los pilares que han sido desde mediados del siglo pasado el objetivo del comunismo, bajo el seudónimo de marxismo cultural. Donde la familia es sin duda el último baluarte que nos queda para no perecer a los pies de este cáncer social.
Lo que aquí se plantea no son hipótesis, sino hechos más que contrastados que nos obligan a reflexionar sobre unas convicciones en materia humanística, las cuales podrán ser más o menos compartidas, pero que deben hacernos pensar sobre el lugar al que nos llevará si decidimos finalmente derrumbarlas. ¿Acaso la sociedad china es el paraíso comunista en el que deseamos convertir nuestro mundo?