La
revolución industrial fue posible gracias al desarrollo de una
maquinaria que multiplicaba la fuerza de los músculos humanos.
Primero con la energía hidráulica y después con el vapor, se
hicieron funcionar los molinos y fábricas que transformaron la vida
en Gran Bretaña a finales del siglo XVIII. La actuación de
personajes como el industrial Matthew Boulton (1728-1809) que tras
asociarse
con el ingeniero James Watt (1736-1819) desarrollaron las
primeras máquinas de vapor que dieron el impulso definitivo a una
industrialización que vendría a cambiar el modo de vida y el
concepto de la sociedad de toda la humanidad.
La
máquina de vapor, como todos los motores posteriores, convirtieron
la energía térmica en trabajo, siguiendo las leyes codificadas en
la termodinámica. Aunque sus inventores probablemente desconocerían
estas leyes, sino su pericia, constancia y trabajo, basándose en una
motivación empírica de prueba y error, perfeccionarían los motores
atmosféricos, que utilizando la presión que empujaba un pistón,
darían movimiento a estos motores que originalmente se utilizarían
en minería para bombear agua. De esta forma, la inventiva de Watt
aplicaría a estas máquinas un movimiento giratorio o de rotación
para hacer posible el desarrollo del sistema de fabricas que
impulsaría la industria en Inglaterra.
Los
efectos de esta proceso dieron como resultado que en tan solo treinta
años ya hubieran más ingleses trabajando en el comercio, las
fábricas y la artesanía, que en la agricultura y los campos. Las
ciudades de este modo crecieron de forma exponencial. Ciudades como
Manchester pasaron de 25.000 habitantes a 455.000 en tan solo 60
años. La aplicación del motor en el transporte también influyó
notablemente en todo este proceso de movilización de las masas,
acercando de un modo vertiginoso las ciudades a través del
ferrocarril, o los continentes con los barcos a vapor que permitieron
un flujo de emigrantes de Europa hacia Norteamérica.
El
siguiente paso en el transporte tuvo que esperar algunos años hasta
la aparición del motor de combustión interna, en el que el
combustible era quemado en un cilindro y no en una caldera, lo que
permitió crear unos motores más ligeros que pudieron aplicarse a
los automóviles. Se puede decir que el siglo XX es impulsado con los
motores de cuatro tiempos dando aún más independencia a los hombres
para moverse libremente con sus propios vehículos autopropulsados.
Europa se preparaba de este modo a vivir una de las épocas más
convulsas de su historia.