En las dictaduras, la política de los
gobiernos tiende a ser atroz, pero raras veces resulta
desconcertante. La construcción del Muro de Berlín suscitó un
clamor mundial, pero pocos se preguntaron en qué estarían pensando
los dirigentes de Alemania Oriental. Era evidente: querían seguir
gobernando sobre unos súbditos
que escapaban en masa de un modo muy poco considerado. Es verdad que el Muro de Berlín presentaba ciertas desventajas para la camarilla en el poder: perjudicaba el turismo, lo cual complicaba el asunto de hacerse con divisas en monedas fuertes para poder importar artículos de lujo occidentales; pero en conjunto, el Muro servía para proteger los intereses de la élite de miembros del Partido.
que escapaban en masa de un modo muy poco considerado. Es verdad que el Muro de Berlín presentaba ciertas desventajas para la camarilla en el poder: perjudicaba el turismo, lo cual complicaba el asunto de hacerse con divisas en monedas fuertes para poder importar artículos de lujo occidentales; pero en conjunto, el Muro servía para proteger los intereses de la élite de miembros del Partido.
No es de extrañar que la democracia
sea una panacea política tan popular. La historia de las dictaduras
provoca la impresión de que las malas políticas se producen porque
los intereses de gobernantes y gobernados divergen. Una solución
sencilla consistiría en identificar totalmente a gobernantes y
gobernados otorgando «todo el poder para el pueblo». ¿Que en ese
caso el pueblo decide delegar las decisiones en políticos a tiempo
completo?, pues vale, ¿y qué? Quienes pagan la fiesta (o votan para
pagarla) eligen la orquesta.
Sin embargo, a menudo sucede que este
relato tan optimista no concuerda con la realidad. Las democracias
frecuentemente adoptan y sostienen políticas que perjudican a la
mayoría. Un ejemplo clásico es el proteccionismo. Aunque
economistas de todas las posiciones del espectro político lo han
señalado como algo disparatado durante siglos, casi todas las
democracias continúan restringiendo las importaciones. Incluso
cuando los países negocian tratados de libre comercio, la idea
subyacente no es tanto «el comercio es beneficioso para ambos» como
«os haremos el favor de importar vuestros productos si vosotros nos
hacéis el de comprar los nuestros». Si bien se trata de algo menos
atroz que lo del Muro de Berlín, resulta en cambio mucho más
desconcertante. En teoría la democracia actúa como un bastión
contra políticas socialmente perniciosas, pero en la práctica las
acoge y les da refugio.
¿Cómo explicar esta paradoja de la
democracia? Una respuesta que puede aventurarse es que los
representantes del pueblo han conseguido dar la vuelta a la tortilla.
Puede que unas elecciones no sean un factor tan disuasorio frente a
malas conductas como a primera vista pueda parecer, de modo que
resulte más importante favorecer a grupos de interés específicos
que a la sociedad en general. Una segunda respuesta, complementaria
de la primera, argumentaría que los electores son profundamente
ignorantes acerca de cuestiones políticas. Desconocen quiénes son
sus representantes y aún más a qué se dedican. Esto incita a los
políticos a centrarse en sus propios intereses personales y a
venderse a quienquiera que vaya a financiarlos.
Una explicación diametralmente opuesta
de la paradoja de la democracia pasaría por negar el hecho de que
habitualmente produzca políticas insensatas. Se podría insistir en
que la sociedad tiene la razón y que son «los expertos» quienes se
equivocan, y pasar a justificar abiertamente las virtudes del
proteccionismo, el control de precios, etc.
Sería un enfoque directo y franco,
pero temerario: sería similar a llamar al estrado a tu defendido y
exponerlo a un exhaustivo interrogatorio. Una posición algo menos
directa pero más segura, análoga a evitar que tu cliente
testifique, consistiría en indicar errores en ese supuestamente
defectuoso funcionamiento de la democracia. No tendrá que probar la
inocencia de su cliente si la acusación carece de un relato
coherente que describa cómo fue cometido el crimen. Del mismo modo,
no tendrá que probar que una política es buena si no hay una
descripción acertada de cómo podría funcionar mal.
Los partidarios más espabilados de la
democracia suelen utilizar esta ruta por ser más segura.
Especialmente durante los últimos años, su estrategia ha demostrado
tener éxito pese a la intuitiva atracción que despiertan las
historias acerca de políticos a resguardo de los vaivenes
electorales y de votantes desinformados. Por motivos en los que
ahondaremos en breve, cuando estas historias son analizadas
críticamente, sus argumentos pierden solidez e incluso se vienen
abajo. Sin una descripción creíble de la manera en que la
democracia defrauda las expectativas, la conjetura de que
efectivamente es así tiene las horas contadas.